Durante la segunda mitad del siglo XX el juicio de la historia fue abandonado por todos excepto por los desposeídos, por los marginados. El mundo industrializado, temeroso del pasado, ciego ante el futuro, vive en un oportunismo que ha vaciado de toda credibilidad al principio de justicia. Tal oportunismo vuelve todo espectáculo: la naturaleza, la historia, el sufrimiento, las otras personas, las catástrofes, el deporte, el sexo, la política. Y el instrumento utilizado para hacer esto --hasta que el acto sea tan habitual que la imaginación condicionada lo haga por sí misma-- es la cámara. El espectáculo crea un eterno presente de expectación inmediata: la memoria cesa de ser necesaria o deseable. Con la pérdida de la memoria las continuidades de significado y juicio también se nos pierden. La cámara nos alivia del peso de la memoria. Nos recorre como Dios y recorre por nosotros. Y no obstante ningún otro dios ha sido tan cínico, porque la cámara registra para olvidar. Susan Sontag localiza muy claramente a este dios en la historia. Es el dios del capitalismo monopólico. "Una sociedad capitalista requiere una cultura basada en las imágenes. Necesita promover vastas cantidades de entretenimiento de modo de estimular la compra y de anestesiar las heridas de clase, raza y sexo. Y necesita reunir cantidades ilimitadas de información, para mejor explotar los recursos naturales, aumentar la productividad, mantener el orden, hacer la guerra, crear empleos para los burócratas. Las capacidades gemelas de la cámara, subjetivizar la realidad y objetivarla, sirven idealmente a estas necesidades y las fortalecen. Las cámaras definen la realidad en dos formas esenciales para los propósitos de una sociedad industrial avanzada: como espectáculo (para las masas) y como objeto de vigilancia y registro (para los dominadores). La producción de imágenes también posibilita una ideología dominante. El cambio social se sustituye con cambios en las imágenes." La tarea de una fotografía alternativa es incorporar la memoria social y política, en vez de convertirse en un sustituto que fomenta la atrofia de tal memoria. Para el fotógrafo esto significa no pensarse como un reportero o reportera para el resto del mundo sino alguien que registra para aquellos involucrados en los sucesos fotografiados. Esta distinción es crucial. Hoy no es posible una práctica fotográfica alternativa (si se piensa en la profesión de fotógrafo). El sistema puede acomodar cualquier foto. No obstante es posible comenzar a usar la fotografía de acuerdo a una práctica dirigida a un futuro alternativo. Este futuro es una esperanza, muy necesaria hoy, si habremos de mantener una lucha, una resistencia, contra las sociedades y la cultura del capitalismo. Es posible que la fotografía anuncie proféticamente una memoria humana que falta concretar social y políticamente. Una memoria así abarcaría cualquier imagen del pasado, por más trágica o culposa, dentro de su propia continuidad. Se trascendería entonces la vieja distinción entre el uso privado y el uso público de la fotografía. Darle contexto retorna la foto al flujo temporal, no a su propio tiempo porque esto es imposible, pero sí al tiempo narrado. El tiempo narrado se torna histórico cuando lo asumen la memoria y la acción sociales. El tiempo narrado, construido, necesita respetar el proceso de la memoria que espera estimular. No hay una única aproximación a algo recordado. Nuestros recuerdos no están al extremo de línea alguna. Numerosas aproximaciones o estímulos convergen en éstos o conducen a ellos. Las palabras, las comparaciones y los signos necesitan crear un contexto para la foto impresa, esto es, deben marcar y dejar abiertos diversos abordajes. Tiene que construirse un sistema radial en torno a la foto para que pueda contemplarse en términos simultáneamente personales, políticos, económicos, dramáticos, cotidianos e históricos. Del libro About Looking,Vintage International, Nueva York, 1980.
John Berger en el país de la mirada
Se ha creado la impresión de que todo se desvanece apenas sucede. La idea misma de la historia pierde foco en el presente interminable que la cultura de consumo nos propone y nos impone como si todo pasado hubiera quedado atrás mientras todos los esfuerzos se tienden a un futuro que es efeméride en un instante. Berger es uno de los pensadores que han reflexionado más sobre estos fenómenos. Hija del positivismo, la fotografía, no una traducción como la pintura o el dibujo, pretendió desde su nacimiento ser el registro fiel del suceso que resguardaba. Este alarde devenía de su naturaleza. La fotografía navega en el instante. Del flujo continuo de sucesos elige sólo uno, atrapa los fantasmas disueltos en la luz. El instante registrado es una huella tangible de lo ocurrido. Pese al alarde, no es tan directa la relación que guarda el instante fotografiado con el contexto de donde se extrajo. Primero que nada porque hay una disociación entre el momento vivido y el momento de mirar. Y porque el instante fotografiado, al preservarse como huella de un punto particular en el tiempo, ya no deviene presente en sí mismo. Es un instante descarrilado --no del tiempo, así en abstracto-- sino del flujo temporal que le era propio. Este rasgo resalta la copia que miramos y la problematiza, la vuelve encantadora, pero no necesariamente la hace más cierta. Todo esto para decir que si bien la foto nos arroja huellas de algo ocurrido, hay poca significación propia de la toma. No es equiparable la fotografía del final de una carrera de caballos, con la foto de una comunidad que intente mostrar las relaciones que la mantienen en la miseria. La primera tiene su significación en el instante mismo de la fotografía. La segunda no puede dar cuenta de todas las relaciones que se extienden hacia el pasado, uno que no puede registrarse. Podemos asegurar que tal comunidad existió, siendo una huella de la luz, pero sin relación cercana con sus habitantes, con su historia, nos dirá poco, en principio, de la significación de su existencia.Para alguien que tenga una relación cercana con los sucesos de los cuales se extrae un instante, la foto trabaja para alimentar la memoria, para resguardarla y recuperarla volviéndola herramienta de una historia viva, y propia. Alguien sin relación alguna con la fotografía en cuestión sólo tiene ese instante para hacerse una idea de lo ocurrido y pocas fotos logran manifestar tal grado de significación universal.Lo que se pide entonces es una fotografía que trabaje junto con el impulso de narrar de todo conglomerado, en la medida en que tal impulso es una respuesta ante lo inmutable, cuando es vital oponerse al curso de la historia y transformarlo, y al mismo tiempo una respuesta de lo que permanece como refugio ante el cúmulo inasible de cambios que nos dispersan y nos diluyen. Relatar nuestra experiencia es un paso central hacia nuestro sentido de identidad y metamorfosis, es nuestra vuelta a lo que construimos con otros. Volcarnos, reviviendo nuestra propia historia, es una de las pocas formas de reafirmar que existimos. Es la resistencia. Berger pide entonces hacerle caso a las leyes de la memoria, que no funciona linealmente. Nos propone un campo de convivencia muy afín a la idea del montaje imaginado por Eisenstein en los albores del cine, siempre y cuando la fotografía trabaje para y con los actores centrales de los sucesos mostrados por la foto y no como un muestrario del mundo que se desvanece.
Nota, traducción, selección y montaje: Ramón Vera Herrera
1 comentario:
hola, rastreando sobre Berger llegue a vos, miblog comparte autores
que bueno!
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